Lo primero fue la carne y el cuerpo y la materia. La conciencia surgió de la mirada, de los ojos de la cara o del único ojo que ve en la oscuridad. Ningún "ciego" se da cuenta de nada, ningún "estreñido" tampoco –sobran las razones-. Al comienzo fueron los ojos. Después la vista. De la mirada surgió el grito. Gritamos ante el placer y el dolor, ante lo que no nos deja indiferentes ni indolentes, gritamos para sobrevivir, para lanzar un mensaje al resto o al universo infinito, gritamos porque somos partes de la inmesidad. No sé en qué momento el grito se hizo palabra, quizás en ese instante que los antropólogos llaman “brecha antropológica” -si es que la hubo-. Por todo ello, la educación es primeramente educación de la mirada. Mirar para comprender y comprender para mirar de un modo nuevo que permita la constitución de un espacio más habitable. Y por eso mismo, también la educación es educación en la exposición, en la forma, en el gesto, en la indumentaria, en la sensibilidad, en el mundo afectivo. La palabra llega siempre más tarde.
Nietzsche en la Genealogía de la Moral escribe:
"Guardémonos mejor, por tanto, de la peligrosa patraña conceptual que ha creado un “sujeto puro del conocimiento, sujeto ajeno a la voluntad, al dolor, al tiempo”. Guardémonos de los tentáculos de conceptos contradictorios, tales como “razón pura”, “espiritualidad absoluta”, “conocimiento en sí”: Aquí se nos pide siempre pensar en un ojo que de ninguna manera puede ser pensado, un ojo carente en absoluto de toda orientación, en el cual debieran estar entorpecidas y ausentes las fuerzas activas e interpretativas, que son, sin embargo, las que hacen que ver sea ver-algo, aquí se nos pide siempre, por tanto, un contrasentido y un no-concepto de ojo. Existe únicamente un ver perspectivista, únicamente un conocer perspectivista. (...) Pero eliminar en absoluto la voluntad, dejar en suspenso la totalidad de los afectos, suponiendo que pudiéramos hacerlo: ¿Cómo? ¿Es que no significaría eso castrar el intelecto?"
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